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La Caracas que conocemos no es la misma, todo cambió. Tengo el sentimiento de extrañar lo que aún existe pero que se ve diferente. La ciudad ha estado golpeada por nosotros, esos mismos seres que partiremos antes de que muchas de sus estructuras caigan en el piso y el tiempo, que no espera por nada ni por nadie, las quiebre.  Esos elementos son como en cualquier lugar del mundo íconos; en nuestro caso nos llevan a la nostalgia de la cuidad que fue pujante pero que está de pie soportando un imbatible golpe de desprecio y de la falta de amor de muchos.

El cielo que nos arropa a todos es testigo presencial de la creación de algunos hombres que quisieron dejarle a Caracas, obras que le dieran distinción y un toque personal.  Ese mismo cielo se mezcla con esos poderosos íconos y se hacen uno solo, una iglesia, una estatua o cualquier símbolo que nos diga que estamos en la ciudad que una vez fue innovadora. El cielo les brinda un escenario cambiante, de la nube gris que anuncia lluvia al cielo despejado que grita que el sol brilla intensamente.  Quien camina Caracas podría reconocerlas o no, hay quienes  aman la capital, pero se golpean continuamente con su propia realidad, pierden la fuerza y dejan de percibir el encanto perenne de estos espacios. Yo en cambio me libero de su destrucción, me desligo de la falta de amor y pienso que Caracas podría estar  mejor, que puede sobrevivir a nosotros mismos.  De igual forma la presencia de estos iconos puede que sea más longeva que nosotros mismos

Los días van pasando y estas estructuras se mantienen erguidas anhelando la mirada cómplice de los que caminan entre ellas.  La gran mayoría son zombies funcionales preocupados por su día dia y abstraídos por la rutina, otros quizá sabemos lo importante que son para la Caracas del caos, sin embargo,  terminamos sin disfrutarlas porque su entorno nos preocupa más.

No invento nada, nada es nuevo. Soy de los pocos que sí reconoce lo que valen y sé que de día, con la luz del gran sol, son las estampas que nos regalan la esperanza de una ciudad donde vale la pena vivir.

Fotografía y texto: Daniel Hernandez.

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